Un concierto de rock en un cementerio, y en vísperas de la noche de difuntos, es un plan al que no podíamos resistirnos. Y si, además, la banda que se anuncia en el cartel son unos viejos conocidos con un repertorio tan oscuro y fantasmal como son La Broma Negra, la cita es ya ineludible.
Cementerio Británico de Madrid. Siete de la tarde de un sábado desapacible que amenazaba lluvia. Almas en pena pululando entre las tumbas, unas con chupas de cuero, otras con hábitos monacales, algunas más ataviadas con terroríficas indumentarias, desde sanguinarios verdugos hasta alguna niña endemoniada.
Los músicos fueron saliendo al escenario casi con las últimas luces de la tarde, pero antes de que pudiesen dar las primeras notas empezaron a caer las primeras gotas. La temida lluvia amenazaba con impedir la celebración del evento. Unos minutos de espera, cubriendo los instrumentos y el equipo con unos plásticos que, agitados por el viento, terminaban de completar ese aire fantasmal que envolvía el recinto.
Al fin, los espíritus burlones decidieron permitir que el concierto se llevase a cabo, aunque sin renunciar a seguir jugando de vez en cuando con los mortales allí reunidos durante el resto de la velada. Un sencillo escenario delante de un sobrio arco ojival y unos focos de colores cambiantes alumbrando desde el suelo hacia el cielo fueron suficientes para crear una ambientación perfecta donde los músicos, lúgubremente ataviados para la ocasión, y sus más oscuras canciones, celosamente escogidas para tan singular recital, contrastaban con ese colorido casi irreal, como de cómic, convirtiendo la escena en una especie de fantasía onírica.
Difícil será encontrar mejor lugar y ocasión para interpretar temas como Cementerios de España (con la que abrieron el concierto), 1º de Noviembre, Rimas y Leyendas, El último día en la Tierra, Demonios en el jardín, Fantasma o Los muertos… Es más, oyéndolas allí parecía que algunas habían sido compuestas expresamente para ser ejecutadas en un marco como ese.
Algún nuevo amago de lluvia hizo temer por la suspensión del recital, pero nuevamente fue una molestia tan leve como pasajera que no pudo interrumpir la ceremonia. Sin embargo, cuando el concierto casi tocaba a su fin, algún ánima quizás ya cansada de tener por allí rondando a tanto espectro ajeno a la vecindad habitual, decidió cortar por lo sano y dejar al bajo sin sonido, interrumpiendo la actuación de forma abrupta y precipitando la despedida.
Podría haber habido peores formas de echarnos, así que entendimos y respetamos la petición de descanso de los moradores del camposanto, y nos fuimos marchando ordenada y tranquilamente, llevándonos como recuerdo las velitas que la banda había colocado por todo el cementerio, y con ellas algo de la magia y el misterio de una noche irrepetible, pero que sería maravilloso que se convirtiera en una tradición que podamos repetir año tras año en tan señaladas fechas.
El primer paso está dado, ahora queda ver si el camino continua. Visto el fantástico resultado de esta singular experiencia, a ver si también otros cementerios se animan a abrir sus puertas para este tipo de iniciativas, algo que debería aunque a mucha gente pueda parecerle raro o inapropiado, en realidad es de lo más natural. Al fin y al cabo, a los difuntos hay que recordarles, y nunca está de más ir a compartir con ellos nuestros ratos de felicidad. Eso sí, desde el respeto y sin molestar, como todo el mundo hizo en esta inolvidable ocasión.
Y no queremos terminar el relato sin agradecer a Funerarte que hayan hecho posible un evento tan inusual en un lugar tan mágico. Por más iniciativas como esta, que ya se ha visto que pueden ser más que interesantes.