Manolo Tena fue un artista con mucho talento: poeta y músico, compuso (para él mismo y para otros) un montón de canciones que son ya imperecederas. Y pese a todo, su dilatada carrera siempre tuvo más sombras que luces y, aunque llegó a tocar el cielo, consumió mucho más tiempo deambulando entre el limbo y el infierno.
Como recuerda la placa que le han puesto en su barrio adoptivo, Lavapiés, Manolo decía que lo difícil no es volar, sino aterrizar. Él voló mucho, desde muy joven, y tan libre como pudo: desde los viejos tiempos más teatrales y transgresores con Cucharada (que llegaron incluso a telonear a Chuck Berry) y la posterior evolución para transformarse en Alarma!!! (según sus propias palabras: demasiado modernos para los rockeros y demasiado rockeros para los modernos) hasta su momento de gloria con el triunfo rotundo de «Sangre española» (1992), que le llevo a vender cifras astronómicas de discos y entradas – incluyendo aquel histórico concierto en Las Ventas con Los Rodríguez de teloneros. A partir de ahí pareció que por fin había encontrado su sitio y que los altibajos de su camino quedaban atrás, pero no: cuanto más alto vuelas mayor puede ser la caída, y Manolo no aterrizó nada bien, ya que no volvería tener el mismo reconocimiento ni tampoco consiguió alejar de su vida los fantasmas personales.
Cierto es que nunca dejó de levantarse y trataba de rehacerse cada vez, pero Manolo era uno de esos artistas a los que – desgraciadamente – la etiqueta y el halo de maldito les persigue, pues se diría que su brillo se ve inevitablemente lastrado por sus flaquezas, con una tendencia interior al hundimiento que iba pareja al olvido por parte del público y los medios. Él mismo reconoció siempre sus debilidades y se lamentaba de no poder terminar de vencerlas, pero a la vez reivindicaba su capacidad y su importancia como creador y albergaba la esperanza de volver a tener, si no el éxito masivo sí al menos la atención y el respeto que merecen su trabajo y su obra. Poco antes de dejarnos, TVE le dedicó un espacio entre sus «Imprescindibles«, y también participó en un discutible experimento televisivo llamado «A mi manera» que le llevó a recobrar en parte la popularidad mediática, a la vez que estaba recibiendo una buena acogida en las presentaciones en vivo de su último álbum, «Casualidades» (2015).
Quién sabe si esta vez estaba en el camino de encontrar esa paz y esa estabilidad que nunca lograba, pero al menos nos dejó claro que nunca hay que dejar de volver a levantarse y remontar el vuelo, aún riesgo de que el aterrizaje que no sea el esperado. Al homenaje que hace unos días le han dedicado en directo muchos compañeros y amigos (incluidos sus hijos) queremos sumar desde aquí el nuestro, con un repaso a algunas de sus mejores canciones y unas cuantas imágenes suyas para el recuerdo, entre las que hemos escogido la que sirvió como portada a ese último trabajo, un magnífico retrato en blanco y negro de Gus Geijo en el que se ve a un Manolo serio, sereno y maduro, con esas luces y esas sombras marcando sus facciones, y con la mirada al frente, fija y firme, quizá buscando esa tranquilidad que en sus canciones iba asociada de forma recurrente al mar, donde siempre se sintió más libre y sin miedo para volar.
Hay que hacer paradas y bajarse del bus por algún tiempo, y desaparecer, aunque parezca una eternidad. Coger fuerzas y seguir viviendo dentro, en el corazón de los amigos. A Manolo, con cariño. Carlos Pina