The Rolling Stones celebran 60 años sobre los escenarios, y lo hacen con una nueva gira europea: ‘Sixty‘, catorce conciertos en trece ciudades a lo largo de junio y julio, comenzando el recorrido por Madrid. Aquí han pasado una semana en la que han hecho tres ensayos generales a modo de entrenamiento para los próximos dos meses, y además han tenido tiempo de hacer turismo, divertirse y disfrutar de la ciudad, captando toda la atención mundial de los medios y de su incondicional afición.
El primer concierto de los Stones sin Charlie Watts en el viejo continente se celebraba la víspera del que hubiese sido su 81 cumpleaños, el mismo día que Ronnie Wood cumplía los 75 (y además, justo 47 años después del primer concierto de Woody con la banda). Muchas cosas que celebrar, y la obligación de demostrar que siguen en forma para dar conciertos de dos horas al nivel que de ellos cabe esperar. Alicientes suficientes para no faltar a la cita. Más allá de la permanente duda sobre si esta sería la última oportunidad de verles en directo, estaba la incógnita de ver su capacidad de estar a la altura de su historia. Y lo estuvieron. Sin necesidad de cambios de sangre, ni de burbujas de ozono, ni de comer niños como modernos Saturnos. Sobran viejas leyendas y cuentos de brujas para explicar la incombustible longevidad de estos tíos. Son así, y no vale la pena darle más vueltas.
A las 10 y cuarto de la noche empezó a sonar una percusión mientras las pantallas recordaban al añorado Charlie, siempre sonriente y amable. Y cuando la música paró y la imagen de las pantallas se congeló, a la voz de «Ladies and gentlemen: The Rolling Stones», el riff de «Street Fighting Man» rasgó la noche de Madrid y empezó el espectáculo. A Jagger ya no le corresponde cantarla en primera persona, pero se trata de mantener viva la llama, porque siempre habrá chicos que no tengan más opción para hacerse oír que cantar en una banda de rock. Un «Hola, Madrid» de Mick nos llevaba aún más atrás en el tiempo, a sacudirnos con una frenética «19th Nervous Breakdown». Los Stones de la época dorada volvían a sonar con toda la fuerza y el entusiasmo de unos veinteañeros. Un recuerdo más para Charlie antes de recuperar «Sad Sad Sad»: es triste echar de menos al tipo tranquilo que siempre estaba marcando el ritmo en la sombra, pero hay que recordarle con alegría, por tantos buenos momentos que nos dio, y que siempre nos seguirá dando.
«Tumbling Dice» es un clásico casi inamovible desde hace tiempo en su repertorio que no podía faltar, pero la gran sorpresa vendría a continuación cuando Mick anunció casi bromeando «Tocamos esta canción por primera vez. Vamos a ver…». ¿Qué sería? ¿Alguna nueva versión para esta gira? ¿Uno de esos temas nuevos en los que hace tiempo andan trabajando y que estamos deseando poder escuchar? Pues no. Más difícil todavía: lo que empezó a sonar fue «Out of Time», una canción propia, de 1966, que fue un éxito por entonces en la voz de Chris Farlowe, que han grabado hasta los Ramones, y que gente como Elvis Costello y Van Morrison han llevado en sus repertorios en directo, pero que efectivamente sus propios autores parece ser que nunca habían tocado en vivo. Un detalle muy especial para este comienzo de gira.
Como ya es tradición, en cada concierto los Stones dejan que los fans voten entre varias canciones para tocar la que el respetable elija para que suene esa noche, y en este caso fue «Beast of Burden» la elegida para complacer a la afición. Tampoco nos habría importado que hubieran sonado «No Expectations», «Shine a Light» o «Fool to Cry», que eren las otras opciones que les aseguraban un pequeño respiro después del enérgico arranque. «You Can’t Always Get What You Want» es otra pieza que no suele faltar en sus giras, con esa dimensión épica que le dan los desarrollos melódicos y los cambios de ritmo, y que siempre sirve para comprobar la respuesta del público a la hora de hacer coros y participar en el show. Engancharon también a la audiencia a la hora de corear su tema más reciente, la pandémica «Living in a Ghost Town», una concesión en el repertorio que sirvió como punto de inflexión hacia la sucesión de clásicos indispensables.
Con «Honky Tonk Women» empezó a cobrar protagonismo de verdad la guitarra de Keith Richards, doblada por la de Ronnie, marcándose unos inspirados punteos que prometían, a la vez que las pantallas se llenaban de coloridas calacas, flores, corazones y serpientes. Tocaba presentar a la banda, y aunque se hizo muy raro no oír esta vez el nombre de Charlie, ni la calurosa ovación que siempre se le dispensaba, lo compensamos con la celebración del cumpleaños de Ronnie, entre una avalancha de confetti, y con una interminable ovación a Keith, tan emocionado que casi no sabía cómo responder ante tan abrumadora muestra de cariño. Nada mejor que ponerse ante el micro para cantarnos como se sentía, aunque no hacía falta porque se le notaba en la cara: se le veía absolutamente «Happy» por el recibimiento (a la banda en general, y a él en particular), y agradecido nos regaló la magia de su voz y su guitarra, con Ronnie al lap steel, sonando a esos otros Stones distintos dentro de los propios Stones durante el rato que mantuvo la voz cantante. «Slipping Away» fue el otro tema con que nos bendijo Keith antes de volver a escena Mick y lanzarse con «Miss You», alargada con los correspondientes huecos para el lucimiento de los vientos y la sección rítmica, el momento perfecto para acercarse los tres con aires vacilones por la pasarela hasta el centro del estadio.
Y a partir de aquí ya empezaba una traca final de imprescindibles que empezó con una fabulosa y sobrecogedora «Midnight Rambler», con un pequeño guiño incluido al «Come on in my Kitchen» del viejo Robert Johnson. «Start Me Up» siempre es otro celebrado chispazo de conexión con el público, suene al inicio, al final o en el medio del concierto. Con «Paint it Black» mantuvieron la intensidad y la tensión, mientras las pantallas viraban a blanco y negro, antes de empezar a chisporrotear y arder en llamas con «Sympathy for the Devil», donde Keith se empleó con su guitarra como hacía tiempo que no se le veía, sacando a relucir ese don, ese duende eléctrico que aún lleva dentro. «Jumpin’ Jack Flash» iba a marcar el final temporal de la fiesta, con la banda lanzada y sonando imparable, y el público saltando y cantando sin descanso.
Tras una breve pausa para coger impulso, una impresionante «Gimme Shelter» volvió a emocionarnos entre riffs de guitarra y fabulosos duelos vocales, en este caso con el añadido de las referencias directas al actual conflicto bélico en Ucrania (incluso Mick salió a escena con una camisa de tonos amarillos y azulados). Ya se sabe, la guerra siempre puede depender de un simple disparo, pero también el amor puede depender de un simple beso. Pasadas ya dos horas desde que empezó el concierto, ahora sí tocaba ya a su fin, pero no sin antes despedirse con el himno entre los himnos. Podrán tener canciones mejores, incluso puede que tal vez no sea la favorita de mucha gente, pero «Satisfaction» sigue simbolizando esa quintaesencia del espíritu inconformista y rebelde de aquellos ya lejanos años 60, y aunque sus autores ronden ya los 80 años y tengan más que satisfechas sus necesidades vitales, el público la seguirá demandando para seguir cantándola con ellos. Porque todo el mundo necesita alguna satisfacción, y de momento ahí siguen ellos para complacernos.
Así vivimos este último concierto de los Rolling Stones en Madrid, y esperemos que puedan conservar esa energía y esa magia no sólo en esta gira, sino durante unos cuantos años más, para que pueda haber más últimas veces. Sólo ellos serán quienes decidan si seguir en la carretera mientras el cuerpo, la cabeza y el corazón se lo permitan, porque siempre tendrán una legión de seguidores dispuestos a celebrar que los Stones se suban de nuevo a un escenario. Y el día que ya no estén les echaremos mucho de menos, porque será el fin de una época y una forma de vida. Hasta entonces, seguiremos acudiendo a la llamada de la más legendaria banda de rock. Aunque ya no sea sólo rock and roll, pero aún nos gusta.