Ídolo y espejo de una generación frustrada, Kurt Cobain encarnó (hasta las últimas consecuencias) el papel del chico atormentado y autodestructivo, cuyo talento sólo sirvió para hacer disfrutar a los demás – ya que a él mismo le acabó hundiendo, mental y físicamente.
Nirvana comenzaban su carrera como tantas y tantas otras bandas, pero con su segundo álbum, «Nevermind«, de pronto se vieron lanzados al estrellato internacional gracias a un tema que adquirió de inmediato dimensiones de imperecedero himno generacional. «Smells like teen spirit» se convirtió en un fenómeno tan masivo y desaforado que su propio creador acabó repudiándolo y jurando que no volverían a interpretarlo – algo parecido a lo que les sucedió a REM con «Losing my religion«. Al final, Kurt levantó su propio veto para dar al público lo que en todas partes les reclamaban, aunque ya quedó marcado por esa canción que les había dado un éxito con el que cualquiera artista sueña (y casi ninguno consigue), pero de la que habían acabado siendo – de alguna manera – prisioneros y esclavos.
La compleja mente de Cobain, siempre en lucha con demonios y fantasmas personales, no asumió el desmesurado éxito: tras la lógica satisfacción inicial por lograrlo, sentía el rechazo provocado por toda tendencia que acaba arrastrando irracionalmente a las masas. Aunque la creatividad de la banda no se apagó, parecía imposible que llegasen ya más lejos de lo que lo habían hecho, cosa que sin duda atormentaba a Kurt, quien debió verse reducido al absurdo de haber logrado demasiado pronto su obra maestra, viéndose así relegado a repetir de por vida un éxito que ya no te van a permitir superar, y por eso mismo acabas odiándolo. No buscaban una fama así, fue la fama quien les buscó a ellos y ya no les dejó libres, y eso es algo que no pudo soportar.
La tendencia autodestructiva de Kurt siempre fue patente, desde su actitud sobre el escenario hasta la carta de despedida que escribió poco antes de suicidarse. Uno de esos momentos de arrebato sobre las tablas en que el músico se abalanzaba violentamente contra la batería es el que recoge esta imagen de Charles Peterson, uno de los fotógrafos que mejor y desde más cerca captaron la eclosión de lo que se dio en llamar escena grunge en Seattle a finales de los 80 y principios de los 90. Una imagen premonitoria de cómo Cobain acabaría lanzándose contra su propio destino, sumido en la desesperación y el caos. Prefirió arder de golpe antes que irse desvaneciendo, como decía la inmortal frase de Neil Young, con la que Kurt remataba su último manuscrito: «It´s better to burn out than to fade away…»
Os recordamos a otros músicos que desaparecieron prematuramente y han ido conformando lo que se ha dado en llamar el club de los 27:Robert Johnson, oscura leyenda del blues
Jimi Hendrix en Monterey, por Jim Marshall
Brian Jones, un músico inquieto
Y como siempre, podéis seguirnos en nuestras redes :
Pingback: Lindsey Best nos revela al más genuino Dave Grohl, el hombre orquesta que es feliz tras una batería | Oigo Fotos
Pingback: Volver para reivindicar la rabia juvenil del pasado: el sorprendente y celebrado regreso de Yoghourt Daze | Oigo Fotos
Pingback: Adiós a la voz más privilegiada del grunge: la inesperada y repentina muerte de Chris Cornell | Oigo Fotos
Pingback: Descubriendo sonidos y miradas: el rock visceral de Repetitor y el certero objetivo de Bojana Janjic | Oigo Fotos
Pingback: La particular belleza de los retratos de Anton Corbijn, fotógrafo esencial en la imagen de muchos músicos | Oigo Fotos
Pingback: Grungeman oigofotos.wordpre… – My Blogg