Ramón Masats nos ha dejado, a los 93 años, poniendo fin a una generación que empezó a retratar su entorno con una mirada que iba más allá del simple testimonio, del documento gráfico, para dejar ver un enfoque personal y particular, en su caso siempre con un punto de humor, poniendo de manifiesto nuestras luces y nuestras sombras, literalmente.
Una carrera dilatada y con una producción asombrosa, en cantidad y calidad, mirando hacia esa España típica y tópica, pero sin caer en convencionalismos, buscando siempre puntos de vista diferentes, para sacar una sonrisa o una reflexión más allá de lo que a primera vista pudiera verse. Ramón creó, partiendo de arquetipos ya existentes, una nueva iconografía de la sociedad que le tocó vivir, creando imágenes imperecederas que ya han pasado a ser parte del imaginario colectivo.
Pocas facetas de la vida institucional y cotidiana escaparon de su objetivo, especialmente atento a fiestas y celebraciones, y curiosamente la música, presente casi siempre en esas situaciones, es algo que no tiene apenas presencia en su obra. Nos ha costado encontrar imágenes suyas que simbolizaran esa relación visual con el mundo de la música de manera expresa, y probablemente no sean las más representativas de su inabarcable producción, pero ahí quedan como reducido testimonio de su mirada hacia la música – en el caso de la tercera foto, aunque no haya presencia musical evidente, nos ha recordado a muchas de las que hacemos en conciertos desde la pista, con el público de las primeras filas delante.
Eso sí, en su única incursión como director de largometraje (aunque también hizo numerosos documentales, muchos de ellos para RTVE, que hace poco le dedicó su espacio Imprescindibles), la historia sí giraba en torno a la música: «Topical Spanish» (1970) es la delirante historia de un seminarista que acaba montando un conjunto de música moderna, donde Masats dejó la impronta de su sentido del humor y , por supuesto, de su personal mirada.
Despedimos así a un maestro indiscutible de la fotografía, rindiendo un merecido homenaje a alguien a quien se lo debíamos ya que, aunque nunca llegamos a coincidir ni a conocernos en persona, si tuve el placer y el orgullo de recibir, a través de su hijo, su felicitación por esta foto que hice en la exposición «Visit Spain» que le dedicaron en Tabacalera en 2020.
Cumplimos un año más y, de manera imprevista, surgió la ocasión de celebrarlo rememorando las canciones que formaron la banda sonora de nuestro cine quinqui, reinterpretadas en directo por un notable elenco de músicos de diversas procedencias pero de enorme solvencia: la Gipsy Power Band.
Una vez lanzados estos discos recopilatorios, surge la idea, y casi la necesidad, de recuperar esas músicas también en directo, optando por retomar esas canciones que ponían el fondo musical a aquellas películas sobre legendarios delincuentes callejeros, y que fueron el principal reclamo de aquellos expositores de cassettes que se encontraban en todas las gasolineras y muchos bares de los años 80. Los Chichos, Los Chunguitos, Las Grecas, Los Chorbos y otros muchos grupos tuvieron entonces un enorme éxito y una gran popularidad, formando parte desde entonces de nuestra banda sonora vital, y casi de nuestro ADN.
Y ahora esas canciones, clásicos de nuestra cultura popular, las retoman este heterogéneo grupo de músicos para darlas nueva vida: las voces de los hermanos Rafael y Samuel Campos (Darako) y Pucci (Sweet Barrio) se unen a Javi Skunk, David Salvador, Rubén García, José Funko y Víctor Iniesta, junto al propio Indio a las percusiones, para recrear sobre un escenario una selección de aquellos temas, dándoles ese aire funky y quinqui distintivo que recogía influencias del flamenco, la rumba y la música disco.
Un espectáculo bastante sorprendente, y más que recomendable, donde no caben prejuicios musicales sino curiosidad para descubrir como confluyen todas esas influencias diversas, y por supuesto, ganas de disfrutar de la música en todas sus vertientes, siempre que esté bien hecha. Atentos a las próximas presentaciones de esta máquina sonora, y quien pueda ir a verles que no se lo pierda, que seguro que a nadie dejará indiferente.
Un concierto de rock en un cementerio, y en vísperas de la noche de difuntos, es un plan al que no podíamos resistirnos. Y si, además, la banda que se anuncia en el cartel son unos viejos conocidos con un repertorio tan oscuro y fantasmal como son La Broma Negra, la cita es ya ineludible.
Cementerio Británico de Madrid. Siete de la tarde de un sábado desapacible que amenazaba lluvia. Almas en pena pululando entre las tumbas, unas con chupas de cuero, otras con hábitos monacales, algunas más ataviadas con terroríficas indumentarias, desde sanguinarios verdugos hasta alguna niña endemoniada.
Los músicos fueron saliendo al escenario casi con las últimas luces de la tarde, pero antes de que pudiesen dar las primeras notas empezaron a caer las primeras gotas. La temida lluvia amenazaba con impedir la celebración del evento. Unos minutos de espera, cubriendo los instrumentos y el equipo con unos plásticos que, agitados por el viento, terminaban de completar ese aire fantasmal que envolvía el recinto.
Al fin, los espíritus burlones decidieron permitir que el concierto se llevase a cabo, aunque sin renunciar a seguir jugando de vez en cuando con los mortales allí reunidos durante el resto de la velada. Un sencillo escenario delante de un sobrio arco ojival y unos focos de colores cambiantes alumbrando desde el suelo hacia el cielo fueron suficientes para crear una ambientación perfecta donde los músicos, lúgubremente ataviados para la ocasión, y sus más oscuras canciones, celosamente escogidas para tan singular recital, contrastaban con ese colorido casi irreal, como de cómic, convirtiendo la escena en una especie de fantasía onírica.
Difícil será encontrar mejor lugar y ocasión para interpretar temas como Cementerios de España (con la que abrieron el concierto), 1º de Noviembre, Rimas y Leyendas, El último día en la Tierra, Demonios en el jardín, Fantasma o Los muertos… Es más, oyéndolas allí parecía que algunas habían sido compuestas expresamente para ser ejecutadas en un marco como ese.
Algún nuevo amago de lluvia hizo temer por la suspensión del recital, pero nuevamente fue una molestia tan leve como pasajera que no pudo interrumpir la ceremonia. Sin embargo, cuando el concierto casi tocaba a su fin, algún ánima quizás ya cansada de tener por allí rondando a tanto espectro ajeno a la vecindad habitual, decidió cortar por lo sano y dejar al bajo sin sonido, interrumpiendo la actuación de forma abrupta y precipitando la despedida.
Podría haber habido peores formas de echarnos, así que entendimos y respetamos la petición de descanso de los moradores del camposanto, y nos fuimos marchando ordenada y tranquilamente, llevándonos como recuerdo las velitas que la banda había colocado por todo el cementerio, y con ellas algo de la magia y el misterio de una noche irrepetible, pero que sería maravilloso que se convirtiera en una tradición que podamos repetir año tras año en tan señaladas fechas.
El primer paso está dado, ahora queda ver si el camino continua. Visto el fantástico resultado de esta singular experiencia, a ver si también otros cementerios se animan a abrir sus puertas para este tipo de iniciativas, algo que debería aunque a mucha gente pueda parecerle raro o inapropiado, en realidad es de lo más natural. Al fin y al cabo, a los difuntos hay que recordarles, y nunca está de más ir a compartir con ellos nuestros ratos de felicidad. Eso sí, desde el respeto y sin molestar, como todo el mundo hizo en esta inolvidable ocasión.
Y no queremos terminar el relato sin agradecer a Funerarte que hayan hecho posible un evento tan inusual en un lugar tan mágico. Por más iniciativas como esta, que ya se ha visto que pueden ser más que interesantes.
Hacía tiempo que teníamos ganas de vivir un concierto desde dentro, pero de verdad: desde el principio, viajando con los músicos, descargando el equipo para la prueba de sonido y compartiendo camerino, esfuerzos, emociones, sudores, cervezas y risas. Y este fin de semana tuvimos la ocasión de hacerlo con Ana Curra y su banda.
Salimos el sábado temprano rumbo a Valencia, donde ese día iban a compartir cartel con Los Enemigos y MClan, en un concierto denominado Poetas del Rock dentro del ciclo veraniego Concerts de Vivers, que se desarrolla en un estupendo enclave urbano, en pleno centro de la ciudad del Turia, en los Jardines del Real – también llamados de Viveros, un auténtico oasis en este caluroso verano.
Y es que es fácil que te toque, como fue el caso, llegar a descargar, montar y probar sonido a las cuatro de la tarde, una hora a la que en estas fechas más vale estar al fresco, o al menos a cubierto. Menos mal que el escenario era enorme y, sobre todo, a esa hora tenía sombra. El inevitable ritual de ir haciendo sonar cada instrumento se sobrellevó bastante bien, gracias al buen entendimiento y la colaboración de músicos y técnicos, y en un par de horas estaba todo listo.
Y aunque en principio nuestro papel era sólo el de ir a documentar el concierto con la cámara, no sólo acabamos haciendo de improvisado proyeccionista durante el concierto, sino que en apenas 24 horas creamos un nuevo vídeo para acompañar la interpretación de Unidos. Todo un desafío personal que supuso una satisfacción añadida, ya que Curra le dio el visto bueno para estrenarlo allí mismo en Valencia.
Ya que les tocaba abrir el espectáculo, a las 8 y media con mucha luz del día aún, poco iban a notarse los focos del escenario, pero al menos se pudo aprovechar bien la fabulosa pantalla para dar color y vida a la actuación con las diferentes proyecciones que iban acompañando los distintos temas.
Un concierto corto pero muy intenso y del que todo el mundo salió satisfecho: un entorno fantástico, un escenario imponente, un sonido y una imagen espectaculares, un ambiente muy animado y una estupenda organización. Poco más se podía pedir, así que una vez acabada nuestra tarea pudimos felicitarnos por haber cumplido con nuestra misión, repusimos fuerzas y nos relajamos, y por supuesto nos acercamos también a disfrutar un rato de los otros dos conciertos – y de paso a hacerles alguna foto también, claro.
Gracias a toda la organización, a los técnicos que nos echaron – literalmente – todos los cables que fueron necesarios, al público que participó y disfrutó de la velada y, por supuesto, a Ana, a Pilar, a Iván y a Iñaki por admitirme en su furgoneta y en su tropa, y por permitir que les acompañase en esta pequeña aventura que es salir a la carretera con una banda de rock, algo que para ellos es algo natural y habitual desde hace muchos años pero que para mí fue algo único y muy especial porque, aunque seguramente no será la última, para mí era la primera vez, y las primeras veces nunca se olvidan.
Diez años. Diez vueltas al sol. Aunque en este tiempo nuestras vueltas a El Sol han sido muchísimas más, tantas que hace mucho tiempo que ni se nos ocurre intentar llevar la cuenta. Por eso no es extraño que, diez años después, lo que empezó con una foto de Sex Museum en la sala El Sol, llegue a tan señalada fecha en el mismo lugar, aunque esta vez con Doctor Explosion.
Muchas cosas han cambiado en este decenio, y como consecuencia de ello también ha cambiado mucho la actividad de Oigo Fotos. Lo que en principio nació con mucho entusiasmo y una periodicidad más o menos regular y sostenida, con vocación de ir descubriendo imágenes y artistas (delante y detrás del objetivo) primero cada semana, luego cada mes, y después cuando se iba pudiendo, ha acabado siendo algo que retomamos de vez en cuando, cuando tenemos un hueco, para mantener viva la llama y no dejar que esto se acabe, así sin más.
Por eso no queremos decir adiós, porque aunque las publicaciones no tengan la continuidad del comienzo nos gusta pensar que esto es algo que sigue vivo, y que siempre lo va a seguir estando. Porque, aunque Oigo Fotos sea sólo un pequeño y modesto reducto desde donde reivindicamos la importancia de la música y de las imágenes, y de quienes las hacen posibles y las dejan para la posteridad, estamos convencidos de que esas cosas siempre serán algo importante, muy importante para alguna gente, aunque sea poca, y con eso es suficiente para que sigamos dejando por aquí constancia y ejemplo de ello.
Gracias a quienes nos seguís, y sobre todo a quienes en cualquier momento habéis hecho también vuestras valiosas aportaciones para que esto haya salido adelante y hayamos llegado hasta aquí. Y aunque ahora mismo no se han podido dar las circunstancias para hacer una celebración en condiciones, queda pendiente para más adelante. Nos seguimos viendo, y escuchando.
The Rolling Stones celebran 60 años sobre los escenarios, y lo hacen con una nueva gira europea: ‘Sixty‘, catorce conciertos en trece ciudades a lo largo de junio y julio, comenzando el recorrido por Madrid. Aquí han pasado una semana en la que han hecho tres ensayos generales a modo de entrenamiento para los próximos dos meses, y además han tenido tiempo de hacer turismo, divertirse y disfrutar de la ciudad, captando toda la atención mundial de los medios y de su incondicional afición.
El primer concierto de los Stones sin Charlie Watts en el viejo continente se celebraba la víspera del que hubiese sido su 81 cumpleaños, el mismo día que Ronnie Wood cumplía los 75 (y además, justo 47 años después del primer concierto de Woody con la banda). Muchas cosas que celebrar, y la obligación de demostrar que siguen en forma para dar conciertos de dos horas al nivel que de ellos cabe esperar. Alicientes suficientes para no faltar a la cita. Más allá de la permanente duda sobre si esta sería la última oportunidad de verles en directo, estaba la incógnita de ver su capacidad de estar a la altura de su historia. Y lo estuvieron. Sin necesidad de cambios de sangre, ni de burbujas de ozono, ni de comer niños como modernos Saturnos. Sobran viejas leyendas y cuentos de brujas para explicar la incombustible longevidad de estos tíos. Son así, y no vale la pena darle más vueltas.
A las 10 y cuarto de la noche empezó a sonar una percusión mientras las pantallas recordaban al añorado Charlie, siempre sonriente y amable. Y cuando la música paró y la imagen de las pantallas se congeló, a la voz de «Ladies and gentlemen: The Rolling Stones», el riff de «Street Fighting Man» rasgó la noche de Madrid y empezó el espectáculo. A Jagger ya no le corresponde cantarla en primera persona, pero se trata de mantener viva la llama, porque siempre habrá chicos que no tengan más opción para hacerse oír que cantar en una banda de rock. Un «Hola, Madrid» de Mick nos llevaba aún más atrás en el tiempo, a sacudirnos con una frenética «19th Nervous Breakdown». Los Stones de la época dorada volvían a sonar con toda la fuerza y el entusiasmo de unos veinteañeros. Un recuerdo más para Charlie antes de recuperar «Sad Sad Sad»: es triste echar de menos al tipo tranquilo que siempre estaba marcando el ritmo en la sombra, pero hay que recordarle con alegría, por tantos buenos momentos que nos dio, y que siempre nos seguirá dando.
«Tumbling Dice» es un clásico casi inamovible desde hace tiempo en su repertorio que no podía faltar, pero la gran sorpresa vendría a continuación cuando Mick anunció casi bromeando «Tocamos esta canción por primera vez. Vamos a ver…». ¿Qué sería? ¿Alguna nueva versión para esta gira? ¿Uno de esos temas nuevos en los que hace tiempo andan trabajando y que estamos deseando poder escuchar? Pues no. Más difícil todavía: lo que empezó a sonar fue «Out of Time», una canción propia, de 1966, que fue un éxito por entonces en la voz de Chris Farlowe, que han grabado hasta los Ramones, y que gente como Elvis Costello y Van Morrison han llevado en sus repertorios en directo, pero que efectivamente sus propios autores parece ser que nunca habían tocado en vivo. Un detalle muy especial para este comienzo de gira.
Como ya es tradición, en cada concierto los Stones dejan que los fans voten entre varias canciones para tocar la que el respetable elija para que suene esa noche, y en este caso fue «Beast of Burden» la elegida para complacer a la afición. Tampoco nos habría importado que hubieran sonado «No Expectations», «Shine a Light» o «Fool to Cry», que eren las otras opciones que les aseguraban un pequeño respiro después del enérgico arranque. «You Can’t Always Get What You Want» es otra pieza que no suele faltar en sus giras, con esa dimensión épica que le dan los desarrollos melódicos y los cambios de ritmo, y que siempre sirve para comprobar la respuesta del público a la hora de hacer coros y participar en el show. Engancharon también a la audiencia a la hora de corear su tema más reciente, la pandémica «Living in a Ghost Town», una concesión en el repertorio que sirvió como punto de inflexión hacia la sucesión de clásicos indispensables.
Con «Honky Tonk Women» empezó a cobrar protagonismo de verdad la guitarra de Keith Richards, doblada por la de Ronnie, marcándose unos inspirados punteos que prometían, a la vez que las pantallas se llenaban de coloridas calacas, flores, corazones y serpientes. Tocaba presentar a la banda, y aunque se hizo muy raro no oír esta vez el nombre de Charlie, ni la calurosa ovación que siempre se le dispensaba, lo compensamos con la celebración del cumpleaños de Ronnie, entre una avalancha de confetti, y con una interminable ovación a Keith, tan emocionado que casi no sabía cómo responder ante tan abrumadora muestra de cariño. Nada mejor que ponerse ante el micro para cantarnos como se sentía, aunque no hacía falta porque se le notaba en la cara: se le veía absolutamente «Happy» por el recibimiento (a la banda en general, y a él en particular), y agradecido nos regaló la magia de su voz y su guitarra, con Ronnie al lap steel, sonando a esos otros Stones distintos dentro de los propios Stones durante el rato que mantuvo la voz cantante. «Slipping Away» fue el otro tema con que nos bendijo Keith antes de volver a escena Mick y lanzarse con «Miss You», alargada con los correspondientes huecos para el lucimiento de los vientos y la sección rítmica, el momento perfecto para acercarse los tres con aires vacilones por la pasarela hasta el centro del estadio.
Y a partir de aquí ya empezaba una traca final de imprescindibles que empezó con una fabulosa y sobrecogedora «Midnight Rambler», con un pequeño guiño incluido al «Come on in my Kitchen» del viejo Robert Johnson. «Start Me Up» siempre es otro celebrado chispazo de conexión con el público, suene al inicio, al final o en el medio del concierto. Con «Paint it Black» mantuvieron la intensidad y la tensión, mientras las pantallas viraban a blanco y negro, antes de empezar a chisporrotear y arder en llamas con «Sympathy for the Devil», donde Keith se empleó con su guitarra como hacía tiempo que no se le veía, sacando a relucir ese don, ese duende eléctrico que aún lleva dentro. «Jumpin’ Jack Flash» iba a marcar el final temporal de la fiesta, con la banda lanzada y sonando imparable, y el público saltando y cantando sin descanso.
Tras una breve pausa para coger impulso, una impresionante «Gimme Shelter» volvió a emocionarnos entre riffs de guitarra y fabulosos duelos vocales, en este caso con el añadido de las referencias directas al actual conflicto bélico en Ucrania (incluso Mick salió a escena con una camisa de tonos amarillos y azulados). Ya se sabe, la guerra siempre puede depender de un simple disparo, pero también el amor puede depender de un simple beso. Pasadas ya dos horas desde que empezó el concierto, ahora sí tocaba ya a su fin, pero no sin antes despedirse con el himno entre los himnos. Podrán tener canciones mejores, incluso puede que tal vez no sea la favorita de mucha gente, pero «Satisfaction» sigue simbolizando esa quintaesencia del espíritu inconformista y rebelde de aquellos ya lejanos años 60, y aunque sus autores ronden ya los 80 años y tengan más que satisfechas sus necesidades vitales, el público la seguirá demandando para seguir cantándola con ellos. Porque todo el mundo necesita alguna satisfacción, y de momento ahí siguen ellos para complacernos.
Así vivimos este último concierto de los Rolling Stones en Madrid, y esperemos que puedan conservar esa energía y esa magia no sólo en esta gira, sino durante unos cuantos años más, para que pueda haber más últimas veces. Sólo ellos serán quienes decidan si seguir en la carretera mientras el cuerpo, la cabeza y el corazón se lo permitan, porque siempre tendrán una legión de seguidores dispuestos a celebrar que los Stones se suban de nuevo a un escenario. Y el día que ya no estén les echaremos mucho de menos, porque será el fin de una época y una forma de vida. Hasta entonces, seguiremos acudiendo a la llamada de la más legendaria banda de rock. Aunque ya no sea sólo rock and roll, pero aún nos gusta.
Volvemos a colgar fotos en Madrid, esta vez en una exposición colectiva en el Espacio de Encuentro Feminista y centrada en fotos de mujeres sobre el escenario, reivindicando su protagonismo dentro de la escena musical.
Aunque en el mundo de la música – como en casi todos – las mujeres siguen siendo una clara minoría, siempre ha habido muchas que cuando se suben al escenario lo llenan con su presencia y su actitud. Afortunadamente cada vez son más, y brillan cada día en salas pequeñas y en grandes festivales, solas o acompañadas, demostrando que lo importante debe ser siempre el talento, el sentimiento y el trabajo, nunca el sexo, la raza o la procedencia.
El lema GIRLS TO THE FRONT lo adoptaron en la escena musical de los 90 las mujeres del movimiento Riot Grrrl, reivindicando para las chicas la primera fila y los escenarios de los conciertos. Mujeres que querían estar en la música, en el arte y en el mundo de otra forma, que se negaban a quedarse atrás y afuera, y que tomaron su sitio en grupos punk, a través de fanzines, exposiciones de arte, con activismo y militancia política, generando así comunidades basadas en la autogestión y la colaboración, como tantas otras veces en la historia han hecho las mujeres.
Hemos querido reconocer y reivindicar ese importante papel que tienen las mujeres en la música – y en el arte y en la vida, en general – a través de una modesta selección de imágenes de artistas femeninas de muy diversos estilos, edades y procedencias, pero con algo en común: esa personalidad y esa presencia escénica que les hacen merecedoras de la máxima atención y el máximo respeto.
Además de las fotos, como decimos, se pueden ver en el mismo espacio interesantes muestras de pinturas, esculturas e instalaciones que también tienen un contenido social, con la mujer en el centro de mira. Hasta el 1 de octubre pueden verse en el centro de Madrid (Ribera de Curtidores 2, 1ª planta – acceso por calle Amazonas – AFORO LIMITADO con CITA PREVIA llamando por teléfono 913546043 / 606408293 o contactando por mail: eefeministacentro@madrid.es)
No queríamos despedir el año sin dar señales de vida, ya que hemos estado inactivos por aquí últimamente, pero eso no quiere decir que estuviéramos parados. Ni mucho menos. Como la mayoría sabéis, simplemente hemos estado haciendo cosas diferentes, adaptándonos a estos tiempos extraños que nos ha tocado vivir. Os contamos…